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Rubén Luis Di Palma, el Loco, anduvo siempre al límite. El vértigo lo seducía y fueron varias las veces en las que se codeó con la muerte. En su vocabulario no figuraba la palabra miedo.


Anécdotas de sus picardías hay a patadas. Cada militante de los fierros desempolva una nueva a medida que su nombre, después del trágico accidente del fin de semana, indefectiblemente se va transformando en mito. Cuentan y cuentan sobre el Loco... Que pasaba con los aviones abajo de los puentes, que salía a la ruta en un karting destartalado y jugueteaba cerquita de las ruedas de los camiones, que... En fin, la lista de travesuras supera lo imaginable...
Una de sus últimas ocurrió a mitad del último año. Manuela Mujica, la hija de un amigo fiel, se casaba en un pueblito llamado García, en medio de un campo. Rubén, o Luis como lo empezaron a llamar de grande, se apareció en medio de la ceremonia con su helicóptero, gambeteando los árboles que rodeaban la capilla. El viento que se levantó fue tal que los vestidos de las invitadas flameaban de aquí para allá. El hombre encontró un huequito y bajó con destreza el aparato. Saludó, escuchó al cura y, cuando ya era de noche, encendió el motor y enfiló de vuelta a Arrecifes.

Era su estilo. Desafiaba a quienes se comían las uñas de sólo pensar que el peligro era su habitual acompañante, pero también se desafiaba a sí mismo. "No sé cómo es posible definir el miedo. A menos que sea miedo la impotencia que me amargó en Rafaela, hace quince días, cuando vi a Angelito Guerra tirado a mis pies y a Mazzoy luchando como un león para poder caminar. ¿Se da cuenta luchar para poder caminar?"
Otro miedo pudo haber sido aquella vez que se incendió totalmente el Berta LR, en un mediodía del Autódromo Oscar Cabalén. Yo no sentía el ardor de las llagas. Tenía un río de llagas que no me dejaba ver lo que yo ya sabía. Creo que me dije, nunca más". Eso le prometió, en vano, a Miguel Angel Merlo, el periodista de Clarín que lo retrató como pocos.

Lo perdía recordar historias en Arrecifes. Su páramo se instalaba entre el kilómetro 175 y el 176. Ahí se sentía cómodo, ahí rememoraba su glorioso pasado y ahí se hacía cargo, dignamente, de su fama de playboy ganada a base de noches largas y parrandas comentadas.

