miércoles, 16 de diciembre de 2009

MI IDOLO DE TODOS LOS TIEMPOS


SU ACOMPAÑANTE SIEMPRE FUE EL PELIGRO
Rubén Luis Di Palma, el Loco, anduvo siempre al límite. El vértigo lo seducía y fueron varias las veces en las que se codeó con la muerte. En su vocabulario no figuraba la palabra miedo.
Un ídolo marca registrada. Loco lindo, atorrante, militante de la vida, tiro al aire, aventurero... Sí, y más, mucho más. Rubén Luis Di Palma, ese tipo bonachón, frontal, querido y a la vez odiado, que se acostumbró a la fuerza a volantear contra el vértigo. Siempre iba, dispuesto a revalidar su chapa de guapo.



Anécdotas de sus picardías hay a patadas. Cada militante de los fierros desempolva una nueva a medida que su nombre, después del trágico accidente del fin de semana, indefectiblemente se va transformando en mito. Cuentan y cuentan sobre el Loco... Que pasaba con los aviones abajo de los puentes, que salía a la ruta en un karting destartalado y jugueteaba cerquita de las ruedas de los camiones, que... En fin, la lista de travesuras supera lo imaginable...


Una de sus últimas ocurrió a mitad del último año. Manuela Mujica, la hija de un amigo fiel, se casaba en un pueblito llamado García, en medio de un campo. Rubén, o Luis como lo empezaron a llamar de grande, se apareció en medio de la ceremonia con su helicóptero, gambeteando los árboles que rodeaban la capilla. El viento que se levantó fue tal que los vestidos de las invitadas flameaban de aquí para allá. El hombre encontró un huequito y bajó con destreza el aparato. Saludó, escuchó al cura y, cuando ya era de noche, encendió el motor y enfiló de vuelta a Arrecifes.

Era su estilo. Desafiaba a quienes se comían las uñas de sólo pensar que el peligro era su habitual acompañante, pero también se desafiaba a sí mismo. "No sé cómo es posible definir el miedo. A menos que sea miedo la impotencia que me amargó en Rafaela, hace quince días, cuando vi a Angelito Guerra tirado a mis pies y a Mazzoy luchando como un león para poder caminar. ¿Se da cuenta luchar para poder caminar?"

Otro miedo pudo haber sido aquella vez que se incendió totalmente el Berta LR, en un mediodía del Autódromo Oscar Cabalén. Yo no sentía el ardor de las llagas. Tenía un río de llagas que no me dejaba ver lo que yo ya sabía. Creo que me dije, nunca más". Eso le prometió, en vano, a Miguel Angel Merlo, el periodista de Clarín que lo retrató como pocos.
Jugaba a despegarse del peligro, aunque en el fondo lo seducía levantarse cada mañana y volver a tener la soga enroscada al cuello. "Ojo, todos decían que era un loquito pero se equivocan. Era audaz, claro, pero sabía mejor que nadie las cosas que no estaban a su alcance", lo recuerda, en medio del dolor, su compañera, María Cayetana. O La Tana, a secas.

Lo perdía recordar historias en Arrecifes. Su páramo se instalaba entre el kilómetro 175 y el 176. Ahí se sentía cómodo, ahí rememoraba su glorioso pasado y ahí se hacía cargo, dignamente, de su fama de playboy ganada a base de noches largas y parrandas comentadas.
Lo veneraban tanto que un grupo de amigos lo convenció de que la política era lo suyo. Justo a él, el modelo del antipolítico, el que se peleaba con los poderosos por no poder morderse la lengua a tiempo. Cerró los ojos y aceleró: se candidateó como intendente de Arrecifes... Cincuenta y cinco años marcaba su cédula. Prestigio le sobraba, trofeos ya no entraban en las pobladas vitrinas de su casa... ¿Qué buscaba, entonces? Seguir siendo protagonista. De lo que fuera. "¿Si llego a la política para salvarme? No, por favor... Quiero ser útil, yo y que lo sean los demás. No tengo fortuna ni nada parecido, pero mi pasar es bueno. No me postulo, me lo pide la gente", aclaraba porque, como hombre de bien que era, le quitaba el sueño que alguien se le ocurriera pensar que aspiraba a ser funcionario para llenarse los bolsillos de billetes sucios.
Quizá por eso, horas antes de la elección, fue a un canal de televisión y se soltó ante las cámaras. En medio de la charla, una infidencia lo puso contra las cuerdas: contó que en sus años mozos, había sido el amante de la otra candidata con la que competía. Fue su cruz política. Perdió la Intendencia, pero no sus principios. Y siguió siendo el mismo tuerca que anhelaba armar un auto fantástico que, conducido por él o por alguno de sus cachorros, quebrara la barrera de la velocidad