Miguel
Eduardo Colazo
Don Domingo Marimón tenía la sana y
saludable costumbre, que a él le provocaba un placer muy especial, de invitar
más o menos cada dos meses a sus amigos a almorzar a su casa del Cerro de las
Rosas, Córdoba, para agasajarlos con una paella que él mismo se encargaba de
preparar, con la ayuda de su hija y yerno.
La hora de la convocatoria era siempre el
mediodía y todos tratábamos de ser puntuales para ir creando el clima previo al
momento de sentarnos a comer la paella, a la hora 13 en punto, acompañando la
paella con vino blanco Torrontés que, para don Domingo, era el complemento
inevitable de esa comida de origen valenciano.
Un día, como parte de sus frecuentes
visitas a La Docta, con motivo de ser director honorario del Instituto de
Enseñanza Técnica Renault, el invitado de honor fue nada más y nada menos que
Juan Manuel Fangio, quien por supuesto aceptó gustoso compartir la mesa del
“Gordo” Marimón y sus amigos, antes de ir a darles una de sus habituales
charlas a los alumnos de la escuela técnica, formadora de excelentes mecánicos,
muchos de los cuales después seguían ramas de la ingeniería.
En esas reuniones periódicas teníamos un
paradigma que se cumplía a ultranza: “a los postres, no hay discursos”. Pero
cuando ese día el quíntuple se puso de pie y nos pidió un instante de silencio,
nadie se acordó de la norma implícita.
Y el C hueco empezó a hablar: “Quiero
decirles algo que tal vez alguno de ustedes lo sepa, pero supongo que muchos no
y que yo quiero que lo sepa todo el mundo, para que vean la clase de persona
que es el Gordo Marimón. Cuando se anunció la Buenos Aires – Caracas fue para
todos algo muy especial porque sabíamos, de antemano, que esa carrera se haría
una sola vez y nunca más, de manera que quien la ganara tendría un lugar en la
historia que no sería compartido por nadie. Con Domingo arreglamos de palabra,
sin siquiera un apretón de manos, la formación de un equipo entre los dos, lo
que significaba compartir los auxilios, repartir los gastos y, si llegábamos
los dos autos a la meta hacer una vaca, sumar los premios y mitad para cada
uno. No se habló más del tema porque los dos éramos hombres de palabra y
sabíamos que cumpliríamos lo pactado pasara lo que pasara. Quiso la vida que yo
tuviera uno de los momentos más tristes y dramáticos de mi carrera, con el
accidente que le costó la muerte a mi acompañante Daniel Urrutia y que el Gordo
ganara la competencia en un final increíble, por las cosas que pasaron en esa
última etapa. Yo me volví a Buenos Aires triste y amargado y no tuve mucho
tiempo para saludarlo al Gordo como correspondía. Y sentí bastante vergüenza
cuando pocos días después del final de la carrera el Gordo se apareció ante mi
en Buenos Aires. Al abrazo emocionado le siguieron las palabras de Domingo:
Juan vengo a traerte lo que te corresponde, a pagarte lo que te debo…. Yo le
dije: Gordo, si a mi no me debés nada. A lo que Domingo me respondió: ¿Cómo
nada?. ¿No habíamos hecho un pacto que íbamos mitad y mitad?. Sí, Gordo, pero
eso era si los dos llegábamos al final….. El que está loco sos vos, Juan, me
aclaró Domingo, agarrá esto y si me lo despreciás nos peleamos para siempre.
Era un importante fajo de dinero con exactamente la mitad del premio que cobró
en efectivo el ganador de la Buenos Aires – Caracas. Y cuando al Gordo se le
metía algo en la cabeza no se lo sacaba nadie”. El relato de Juan Manuel Fangio
se entrecortó por la emoción y los que vivimos ese momento no lo pudimos
olvidar jamás.
Cuando 25 años después de la gesta
histórica entre las capitales de Argentina y Venezuela se hizo una gran fiesta
popular en Jesús María para recordar el acontecimiento, con la presencia de
estos protagonistas más Luis Elías Sojit que revivió el relato de la llegada y
el triunfo de Domingo Marimón, Fangio volvió a contar la historia ante las mil
personas que compartían el ágape y el gesto del “Toscanito” se hizo más grande
todavía….
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