miércoles, 13 de agosto de 2014

EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL ABUELO LUIS JOSE DI PALMA


El 13 de diciembre de 1971, Rubén Luís Di Palma se quemaba su mano izquierda al intentar bajar del primer Berta LR de SP con motor V8 construido por el propio Berta, que ardía en llamas en el Oscar Cabalén de Alta Gracia. Oreste había hecho la primera puesta en pista del auto el día anterior, y Di Palma, que era el piloto número uno del equipo con el que pensaban correr los 1000 km de Buenos Aires el 8 de enero, fue el encargado de la primera prueba intensiva del prototipo. Pero al momento de entrar en el habitáculo, Luis descubrió que había llevado los dos guantes de la mano derecha, así que decidió salir a pista con una sola mano protegida contra el fuego.

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Cuando al pasar por la recta principal vio algo que flameaba como si fuera una bufanda, se dio cuenta que el auto había tomado fuego y no podría llegar a dar la vuelta para detenerse en los boxes. Vio una persona que presenciaba las pruebas y sacó el auto de la pista intentando llegar lo más cerca posible de él. Una vez detenida la marcha, cuando quiso apoyarse en la carrocería para tirarse del auto que ya estaba envuelto en llamas, su mano se hundió en la fibra de vidrio que se derretía rápidamente. Sufrió quemaduras de segundo y tercer grado. Ese ocasional espectador lo llevó de urgencia a un hospital de Córdoba capital, donde le hicieron las curaciones iniciales gracias a las que salvó su mano. El Berta LR quedó consumido por el fuego en poco más de 15 minutos, en los que se intentó desesperadamente apagar el fuego, incluso tirándole tierra, para salvar al piloto que creían todavía dentro del habitáculo. Luis ya se había ido, pero la cicatriz de la mano izquierda quedó para siempre.

 El 10 de agosto de 2014, Josito Di Palma, hijo de José Luís, sobrino de Patricio, Marcos y Andrea, y el mayor de los nietos de Rubén Luís Di Palma, ganó su primera carrera en Turismo Carretera en Olavarría, y lo hizo con Torino, marca que tenía como últimos dos campeonatos, los ganados por su abuelo en 1970 y 1971.

Al bajar del auto y desatar toda su euforia, Josito fue hacia el edificio donde está el podio y mientras subía la escalera interior, vio a través de una ventana a alguien que le gritaba emocionado. Quiso saludarlo golpeando la ventana con el puño, pero atravesó el vidrio con su mano derecha, que llevó sangrando al podio. Después de un vendaje provisorio para la celebración más importante de su carrera deportiva, y después de pasar por la conferencia de prensa en la que se quebró y lloró de alegría, se fue a un hospital de la ciudad, donde le dieron 8 puntos de sutura por la profundidad de la herida. La marca probablemente le quede para siempre. Quizás la calidad de la medicina actual la puedan atenuar, lo que no se borrará nunca será el valor de su bautismo triunfal como ganador en TC.

El 2 de junio de 1996, 21 años después de haber ganado las 500 Millas Mercedinas, Rubén Luís Di Palma volvió a ganar una carrera de TC. Esta vez era con un Chevrolet preparado por Alberto Canapino y Jorge Pedersoli. Ese día, en Rafaela y en todo el país, los fanáticos vieron llorar al ídolo en el podio, mientras intentaba decir en el micrófono de Carburando que empuñaba tembloroso y conmovido por la escena, Andrés Perco, que la juventud debía saber esperar las cosas, que todo llega, que hay que tener paciencia y trabajar para lograr las metas. Que no se apuren, que él a los 52 años estaba en el mejor nivel. Ese era su legado.

Luís Di Palma fue uno de los más grandes ídolos del automovilismo argentino, de un puñado que no supera los dedos de una mano. Fue campeón en todo lo que corrió, dueño de un estilo y una convicción casi inigualables. Un talentoso. Un intuitivo. Un apasionado, que pasados los 55 años, todavía se levantaba a las cinco de la mañana y se iba al taller a preparar sus autos de carrera.

Escucharlo era sencillamente cautivador. Acaso por eso, Josito pasaba horas acompañándolo en el taller, siendo muy chico, con apenas diez años.

Los Di Palma heredaron la velocidad de Luís, y salieron como por obligación genética, corredores de autos. Primero sus hijos, después casi todos sus nietos, al menos los varones.

La victoria de Josito en Olavarría fue noticia en la portada de los dos diarios más importantes de Argentina. Hacía años que una carrera de TC no era noticia de tapa.

Aquel lunes después del regreso de Luis a la victoria en TC en 1996, tomó su Pick up Chevrolet S10 gris topo y se vino a Buenos Aires muy temprano. Tenía que ir a los diarios que lo invitaron a su redacción, y quería aprovechar el momento para conseguir publicidad que le permitiera seguir corriendo. Se la pasó en la calle todo el día. No pudo pagar ningún café de los que se tomó en distintas paradas entre reuniones. No pudo pagar su almuerzo con Jorge Cupeiro. No pudo pagar ninguno de los estacionamientos en los que paró a lo largo del día. No lo dejaban. Para todos era un honor verlo, atenderlo, y por supuesto, la cuenta estaba saldada con un autógrafo. Hacía muy poco existía la telefonía celular y las llamadas eran muy costosas. Su  teléfono no paró de sonar. Todos lo querían saludar, periodistas, pilotos, dirigentes.

Este lunes 11 de agosto Josito también se vino temprano a Buenos Aires. A diferencia de su abuelo, ahora los celulares tienen cámara y la gente le pidió selffies, y su celular recibe llamadas pero también mensajes de texto, de WhatsApp y de Twitter. Ahora hay muchos más programas de radio y TV que 18 años antes, entonces su lunes fue lunes y martes en los medios. Su teléfono tampoco paró de sonar, y también, los saludos eran de toda clase de personajes del ambiente.

El automovilismo argentino recuperó el peso específico de un apellido ilustre. Ahora es Josito, siempre es Di Palma, y si es sobre un Torino, mucho mejor.
Quizás la de la mano no sea una cicatriz, sino una marca registrada que sigue escribiendo una historia fascinante…

Salud Luis, debes estar muy orgulloso de tu legado.


Diego Zorrero

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