El 13 de diciembre de 1971, Rubén Luís Di
Palma se quemaba su mano izquierda al intentar bajar del primer Berta LR de SP
con motor V8 construido por el propio Berta, que ardía en llamas en el Oscar
Cabalén de Alta Gracia. Oreste había hecho la primera puesta en pista del auto
el día anterior, y Di Palma, que era el piloto número uno del equipo con el que
pensaban correr los 1000 km de Buenos Aires el 8 de enero, fue el encargado de
la primera prueba intensiva del prototipo. Pero al momento de entrar en el
habitáculo, Luis descubrió que había llevado los dos guantes de la mano
derecha, así que decidió salir a pista con una sola mano protegida contra el
fuego.
Cuando al pasar por la recta principal
vio algo que flameaba como si fuera una bufanda, se dio cuenta que el auto
había tomado fuego y no podría llegar a dar la vuelta para detenerse en los
boxes. Vio una persona que presenciaba las pruebas y sacó el auto de la pista
intentando llegar lo más cerca posible de él. Una vez detenida la marcha,
cuando quiso apoyarse en la carrocería para tirarse del auto que ya estaba
envuelto en llamas, su mano se hundió en la fibra de vidrio que se derretía
rápidamente. Sufrió quemaduras de segundo y tercer grado. Ese ocasional
espectador lo llevó de urgencia a un hospital de Córdoba capital, donde le
hicieron las curaciones iniciales gracias a las que salvó su mano. El Berta LR
quedó consumido por el fuego en poco más de 15 minutos, en los que se intentó
desesperadamente apagar el fuego, incluso tirándole tierra, para salvar al
piloto que creían todavía dentro del habitáculo. Luis ya se había ido, pero la
cicatriz de la mano izquierda quedó para siempre.
El
10 de agosto de 2014, Josito Di Palma, hijo de José Luís, sobrino de Patricio,
Marcos y Andrea, y el mayor de los nietos de Rubén Luís Di Palma, ganó su
primera carrera en Turismo Carretera en Olavarría, y lo hizo con Torino, marca
que tenía como últimos dos campeonatos, los ganados por su abuelo en 1970 y
1971.
Al bajar del auto y desatar toda su
euforia, Josito fue hacia el edificio donde está el podio y mientras subía la
escalera interior, vio a través de una ventana a alguien que le gritaba
emocionado. Quiso saludarlo golpeando la ventana con el puño, pero atravesó el
vidrio con su mano derecha, que llevó sangrando al podio. Después de un vendaje
provisorio para la celebración más importante de su carrera deportiva, y
después de pasar por la conferencia de prensa en la que se quebró y lloró de
alegría, se fue a un hospital de la ciudad, donde le dieron 8 puntos de sutura
por la profundidad de la herida. La marca probablemente le quede para siempre.
Quizás la calidad de la medicina actual la puedan atenuar, lo que no se borrará
nunca será el valor de su bautismo triunfal como ganador en TC.
El 2 de junio de 1996, 21 años después de
haber ganado las 500 Millas Mercedinas, Rubén Luís Di Palma volvió a ganar una
carrera de TC. Esta vez era con un Chevrolet preparado por Alberto Canapino y
Jorge Pedersoli. Ese día, en Rafaela y en todo el país, los fanáticos vieron
llorar al ídolo en el podio, mientras intentaba decir en el micrófono de
Carburando que empuñaba tembloroso y conmovido por la escena, Andrés Perco, que
la juventud debía saber esperar las cosas, que todo llega, que hay que tener
paciencia y trabajar para lograr las metas. Que no se apuren, que él a los 52
años estaba en el mejor nivel. Ese era su legado.
Luís Di Palma fue uno de los más grandes
ídolos del automovilismo argentino, de un puñado que no supera los dedos de una
mano. Fue campeón en todo lo que corrió, dueño de un estilo y una convicción
casi inigualables. Un talentoso. Un intuitivo. Un apasionado, que pasados los
55 años, todavía se levantaba a las cinco de la mañana y se iba al taller a preparar
sus autos de carrera.
Escucharlo era sencillamente cautivador.
Acaso por eso, Josito pasaba horas acompañándolo en el taller, siendo muy
chico, con apenas diez años.
Los Di Palma heredaron la velocidad de
Luís, y salieron como por obligación genética, corredores de autos. Primero sus
hijos, después casi todos sus nietos, al menos los varones.
La victoria de Josito en Olavarría fue
noticia en la portada de los dos diarios más importantes de Argentina. Hacía
años que una carrera de TC no era noticia de tapa.
Aquel lunes después del regreso de Luis a
la victoria en TC en 1996, tomó su Pick up Chevrolet S10 gris topo y se vino a
Buenos Aires muy temprano. Tenía que ir a los diarios que lo invitaron a su
redacción, y quería aprovechar el momento para conseguir publicidad que le
permitiera seguir corriendo. Se la pasó en la calle todo el día. No pudo pagar
ningún café de los que se tomó en distintas paradas entre reuniones. No pudo
pagar su almuerzo con Jorge Cupeiro. No pudo pagar ninguno de los
estacionamientos en los que paró a lo largo del día. No lo dejaban. Para todos
era un honor verlo, atenderlo, y por supuesto, la cuenta estaba saldada con un
autógrafo. Hacía muy poco existía la telefonía celular y las llamadas eran muy
costosas. Su teléfono
no paró de sonar. Todos lo querían saludar, periodistas, pilotos, dirigentes.
Este lunes 11 de agosto Josito también se
vino temprano a Buenos Aires. A diferencia de su abuelo, ahora los celulares
tienen cámara y la gente le pidió selffies, y su celular recibe llamadas pero
también mensajes de texto, de WhatsApp y de Twitter. Ahora hay muchos más
programas de radio y TV que 18 años antes, entonces su lunes fue lunes y martes
en los medios. Su teléfono tampoco paró de sonar, y también, los saludos eran
de toda clase de personajes del ambiente.
El automovilismo argentino recuperó el
peso específico de un apellido ilustre. Ahora es Josito, siempre es Di Palma, y
si es sobre un Torino, mucho mejor.
Quizás la de la mano no sea una cicatriz,
sino una marca registrada que sigue escribiendo una historia fascinante…
Salud Luis, debes estar muy orgulloso de
tu legado.
Diego Zorrero
No hay comentarios:
Publicar un comentario